martes, 16 de abril de 2013

Noche de Niebla


Como se hizo tarde, puse a calentar el auto y de entre la neblina ella apareció. Me pidió fuego, hablamos un rato y le ofrecí subir al coche, porque hacía un poco de frío. Hablamos un rato largo, le conté de ustedes, pero como no aparecían, puso su mano en mi pierna.

Lentamente me besó en el cuello, porque le corrí la cara. Sentí su lengua bailar en mi cuello, sentí el camino húmedo que iba dejando en el camino. Me besaba intensamente, paseando su mano por toda mi pierna y delicadamente me tocaba sobre la cremallera.

Su mano ahora estaba en mi pecho, por debajo de la camisa… yo ya no hacía nada. Sus labios seguían decorando mi cuello. Sus manos rasguñaban los costados de mi pansa, pero se sintió incomoda, y sin pedir permiso se levantó y se sentó arriba mío, dejando de intermediario entre nosotros nada más que la ropa.
Yo no lo resistía, y hacía presión con la espalda en el respaldo del asiento, estirando las piernas. Y al encontrar la diagonal, ella encontró el momento, para acomodarse la pollera que ahora  no hacían más que cubrirle el abdomen.  Sentí ese calor.

Me miró a los ojos.  Nunca unos ojos me habían penetrado así. Puse mis manos sobre su cadera, como para tomarla y sacármela de encima. Pero no lo hice. Ella puso sus manos sobre las mías, y las deslizó por un segundo, hasta cambiarlas de lado (su mano derecha en mi izquierda y su izquierda en mi derecha) así, arrugó sus puños, tomando los extremos de su remera, se la fue levantando, hasta dejarla tendida sobre el asiento del acompañante.

Me sorprendí, tenía unos senos perfectos para mis manos, aun sin tocarla.

Me tomó otra vez las manos, llevándolas hasta su espalda… obligándome a desabrocharle el corpiño y quitárselo. Y recién ahí, al verla semidesnuda, lo pude ver: Era hermosa. Volvió otra vez a agarrarme a los costados del pecho y me besó al oído: sentí su lengua, su respiración agitada. La humedad del contacto, sus pechos en mi pecho. Sentí éxtasis.  La tome fuerte por el pelo y le besé lenta pero intensamente el cuello. Y a mi mano le correspondió por debajo de su falda… ella no dijo nada. Me susurró algo al oído, pero no le entendí. Sentí su sonrisa.

Hay instantes en la vida en la que el cuerpo actúa por si solo, sin pensar. Mis manos terminaron el trabajo que ella había comenzado y acabaron de bajar mi jean, y su conjunto. Me dio ese segundo de espacio, y supimos darle invitación a nuestros sexos. Sentí el calor, los bellos, su piel, la transpiración burlando el invierno externo, la comodidad y exactitud en la que nuestros sexos coincidían. Ella empezó a subir, bajar. 

Mi boca terminó deslizándose por sus senos, mi besos le susurraban a sus pezones. Fueron los momentos más increíbles de mi vida. Ella continuaba subiendo y subiendo, brincando, balanceándose, tocando su mejor música. Se recostó sobre el volante, yo la abrazaba ella me rasguñaba la espalda y los brazos. Y los dos le dimos fin a esa fabulosa drogadicción de sexo. Suspiramos los dos, y la bese, la bese y la bese, y la besé, por todo el cuerpo recostado en el volante del Renault. 

Luego de un rato escuche las voces de ustedes que se acercaban. Ella cogió su remera, se la puso, guardó su corpiño en la cartera y abrió la puerta del auto.
Todavía arriba mío, me miró una vez más. Sonrió, me volvió a besar en el cuello y nuestros seños se despidieron lentamente.

-¿Cómo te llamas? –Fue lo único que se me ocurrió preguntarle.
-Eso no importa ahora, ¿no? – contestó. Entonces cerró la puerta. Y se fue bajo el rocío.  

viernes, 12 de abril de 2013

No pude decirlo



Cuando la llamé aquella tarde no pude decirlo.
                                                                                Los otros días junto a ella tampoco.
Hoy, a segundos antes de irme, encontré la respuesta.
                           Pero la hallé escrita con su letra:
Te deseo

Nunca mis manos estuvieron tan frías.