miércoles, 17 de octubre de 2012
Que vida Valentina.
La vida me dio, la vida,
me dio su presencia,
sus costumbres y las mías,
la vida me dio.
Un hogar lleno de recovecos,
de vacíos llenos, más los míos
que también llenó.
La mina se presentó sencilla,
La vida la rebuscó un poco más.
Valentina se llama la piba,
que modificó una vida para amar.
Valentina se para, me mima,
me dice al oído cosas hermosas.
Valentina en la cama prefiere lo escuro,
y el resto no lo voy a contar...
Ella sonríe, me mira y me dice:
-Quiero papas Pringles para desayunar,
Valentina me mira, se ríe,
me hace puchero y cocina chipá.
Pero no es paraguaya mi reina,
es bien argentina,
orgullo nacional.
Sus curvas
siempre la delatan;
su metro cincuenta y monedas,
la hacen resaltar.
sus ojos brillantes,
y mi ceguedad.
Su manzana prohibida
y mi amor por ser Adán,
Y esa delantera que ni el Barcelona
se animaría a enfrentar.
no pido más.
A Dios le doy gracias que no soy su papá,
¿Cómo podría serlo? Si aún así,
la niña me va a enamorar.
Pero con cautela voy,
si me agarra, con sus manos,
la nena seguro me hace temblar.
Ella....
Me hace chiquitito,
me muerde la oreja,
regala un besito,
me besa...
del otro lado de la reja.
La vida me dio, tu vida
me dio, mi plenitud.
Con tus historias y las mías,
la vida nos dio..
Las nuestras.
Enamoramiento cotidiano,
rutina apasionada,
flores, risas, sexo-amor, libertad,
decidimos siempre por nuestra cuenta,
la vida me dio la vida que quiero,
tu vida me dio la vida,
la vida juntos, me lleva a la eternidad.
Sus curvas
siempre la delatan;
pero no podría, en un par de versos,
explicarla completa.
Sus piernas, ¡Que manjar!
y gracias a su pelo puedo respirar.
Su manzana prohibida
y mi amor por ser Adán,
Y esa delantera,
que ninguna mina en la vida,
en la vida,
en ninguna vida,
podría enfrentar.
No pido más.
jueves, 29 de marzo de 2012
El libro
Fue en Abril, hacía poco que había comenzado el otoño. Victoria, mi
mujer, había encontrado en la biblioteca de la zona un libro de peculiares
características. Este era de tapa dura, todo negro, y sin ningún titulo. En el
lomo contaba con una serie de símbolos que se repetían constantemente, sin
embargo no parecían de ningún lenguaje conocido.
Victoria me comentó algunas veces cosas respecto al libro, pero no la
escuché. Siempre tuve algo mejor para hacer, siempre fui demasiado egoísta con
ella. Sabía bien yo, que todas las tardes y noches Victoria se encerraba en un cuarto de la casa con el libro y no
salía por horas, pero como yo no estaba en la casa durante todo el día decidí
no preguntarle ni decirle nada al respecto y, de esta manera, dejar que este
libro compense de alguna forma mi ausencia.
Ya habían pasado aproximadamente dos meses y Victoria seguía con el
libro, no sonreía, no jugaba conmigo como antes, ya no me hablaba. A mí cuando
comenzaba a darme cuenta de mis errores me citaron para que viaje a España por
temas de la herencia familiar. Victoria había decidido quedarse, y yo recién
comenzaba a darme cuenta de su obsesión para con el libro.
Me fui de viaje durante dos semanas, y el invierno y la ausencia de
Victoria provocaron en mí una fuerte sensación. Recordé cuanto la amaba y
extrañaba. Volví decidido a cambiar las cosas, volver a casa y volver a hacerla
feliz. Como se merece.
En el viaje de vuelta estaba nervioso, ansioso, hacía muchísimo tiempo
que no sentía en el pecho esa sensación de querer besarla y abrazarla como la
primera vez que lo hicimos. El carro me dejó en la puerta de nuestra casa. Subí
las escaleras corriendo para no mojarme con la lluvia y me refugié en la puerta
principal hasta poder poner bien la llave. Supuse que Victoria estaría en su
pieza, ya que no esperaba mi llegada tan tempranamente. Corrí todos y cada uno
de los peldaños hasta la cima, ansioso por verla otra vez. Y al llegar al
primer piso lo vi. El libro yacía en el piso, cerrado como siempre lo había
visto. Lo tomé con mis manos sin demasiado interés, pero con curiosidad, como
queriendo ignorarlo. Pero las manos me temblaron, y la temperatura de los dedos
y la palma descendieron de manera bruta.
La llamé. No contestó. -Debe estar dormida-. Pensé. La puerta de
nuestra habitación estaba entreabierta y largó un chillido muy agudo cuando la
abrí por completo. Desde el piso, como un intruso, comencé a elevar la vista
hasta poder verla, rozando con sus pies diminutos las patas de la silla que
estaba tirada en el suelo. Desnuda, con las marcas y símbolos que yo había
visto una vez, ahora escritos en toda su piel, hasta el cuello, lucía en lugar
del collar que yo le había obsequiado en nuestro aniversario, una soga blanca
atada al cuello. Caí rendido al piso, y el libro apareció debajo de mis
piernas.
Loco y desesperado tomé el libro con mis manos y corrí hasta el terreno
del fondo. Con las manos escarbé en el barro unos metros y lo tiré. Llorando y
todo mojado por la lluvia me quede enterrándolo. Esa tarde de 1895 sin volver a
subir a la habitación dejé la ciudad para siempre.
Corrieron los años, corrió mi vida, viudo, libro, Victoria, libro, soga,
libro, símbolos, mi amor perdóname. Hoy frente al espejo me convencí de que si
quería volver a vivir en paz debería darle una respuesta y un final al terrible y perturbador recuerdo. Tomé el
primer tren de vuelta a casa, sin saber con qué me iba a encontrar. El llegar
encontré todo reducido a escombros. Era obvio el hecho de que la casa haya sido
demolida, ya que al ver lo ocurrido con Victoria hayan creído que fue algún
tipo de brujería o crimen sin resolver. El patio del fondo seguía intacto y
luego de caminar por encima de la tierra y los escombros me tiré al piso a
cavar otra vez en busca del libro. Necesitaba saber que contenía entre sus
páginas. El cielo se nubló y comenzó a llover, como ese día de 1895. Lleno de
barro en el cuerpo lo encontré, y al tomarlo, las manos volvieron a temblarme y
a perder temperatura. Cerré los ojos un segundo. Y al abrirlos, abrí también el
libro, y quedé atónito, pues recorrí con la vista cada página, de la primera a
la última, todas en blanco.
viernes, 16 de marzo de 2012
Remedios envenenados
El pájaro canta hasta... siempre. |
Ya
no sé cómo decir lo que se siente,
Estar
acá bien lejos donde nadie entiende,
Que
no se puede ir a donde uno quiere,
Ni
estar con los amigos que te bancan siempre.
Hay
que loco es todo esto,
Quererme
ir y sentirme un preso.
Y
a vos, querida te cuento como es esto,
Querer
huir de todo hasta de tus sueños,
Que
lastima, mi vida, eso es una pena,
Porque
sueños se le dice a lo que el alma revela.
Y
ahora ¿Por qué, te pones así?
Solo
quise decirte lo que pienso de ti
¿Por
qué lloras por una pavada?
Te
gustaría ser más pero crees ser nada.
A
veces pienso, ¿En qué me metí?
Tengo
muchos problemas, además de ti
El
árbol de mi vida se cae a pedazos,
Plantare
una semilla para reintentarlo.
Pero
sobre vos,
Tratare
de olvidar,
Cada
palabra, que nos dijimos,
Fuiste
esa princesa, escapada del cuento
Y
me convertí en ese sapo, que llevo bien dentro.
Ahora
este sapo,
Brinca
hasta su estación
Quiere
tomar aquel bondi, que lo lleve donde creció
Y
continuar la historia
Que
alguna vez empezó.
Algunas
noches ese grillo no le canta a la luna,
Viene
a aconsejarme que lo que viene es mejor
Que
esperan mis amigos aquella sapada
Que
no me tire ahora, debajo de ese camión.
Hay
que loco es todo esto,
Quererse
ir y sentirse un preso,
Sentir
entre las venas remedios envenenados,
Querer
terminar esto, o ni siquiera haberlo empezado.
Aveces caen los recuerdos de un pasado que no fue mejor, que enseño, lastimó. Pero no da permiso de olvidar. Como una cicatriz.
lunes, 6 de febrero de 2012
Ausencia
Solos. O juntos en soledad. |
Dos se despiden en estación.
Dos derraman lágrimas.
Dos mueren en un adiós.
Algunos, no dos, resucitan.
Uno muere en un rincón.
Otro recuerda algún mimo.
Uno anhela regresar.
Otro sueña con lo mismo
Otro renace entre el montón.
Uno trata de ignorarlo.
Uno llora en el rincón.
Otro desea ayudarlo.
Uno quiere estar, no puede.
Otro aprovecha oportunidades.
Uno se deja ceder, no puede.
Otro quiere matar, o se quiere
Cuerpos en el tiempo,
Sin ganas, sin alma,
Con miedo, soledad.
Angustia, serenos,
Llenos de tristeza
y extrañar.
Dos se quieren visitar.
Dos se reclaman ausencia.
Otro quiere reemplazar,
Lo que una lagrima completa.
Dos sueñan con regresar,
Uno ahogado en la miseria,
Otro en lágrimas queriendo nadar.
Dos sueñan con regresar.
Uno duerme en la estación,
Otro se desmaya en un asiento de viaje.
Será la ansiedad.
Será la sequedad en los labios.
Culpa
Luego de estar lejos.
O luego de estar cerca.
¿Cerca de donde?
Cerca de una distancia,
Cerca de un suspiro
que respira,
Que respira y no me mima.
Luego de decir: Bueno basta,
Luego de dejar de dejar.
Luego de llorar, o de alucinar.
Luego de soñar, todo es lo mismo.
Luego del antes de darme cuenta,
De que podría morir lo que vivo.
De que podría soñar lo que anhelo.
De que podría extrañar una simple tira de corpiño.
Supe que no sabía un carajo,
Supe que leer era escuchar,
Supe que escribir era regresar,
Supe que vos me enseñaste a aprender.
Y hoy seguro que es tu culpa,
Que las espinas se claven bien adentro
Con ese sabor dulzón que vos le das.
Que las cosas se modelen con tu risa,
Que el mar solo me de tu brisa.
Que las letras solo puedan formar tu nombre.
Vale la pena decir, que
Arrastrándome hasta tu cama,
Levantándome cada día,
El soñar todas las noches,
Nunca fue tan perfecto.
Tuve la oportunidad de nacer de nuevo,
Imaginando lo perfecto que va a ser volver a estar
juntos.
Nadando, caminando, soñando. Queriéndonos,
Amándonos, extrañándonos.
Seguro que es tu
culpa.
martes, 3 de enero de 2012
Maldito
Entraba, eran ya eso de las nueve de la noche, hacía un
rato que había vuelto de la ciudad. Me llamó la atención el ver la puerta
cerrada de la habitación, así que entré despacio…
Algo había cambiado, algo se tornaba raro. La habitación,
estaba suavemente iluminada por una lámpara, ésta le daba un tono de
amarillento a rojizo a todas las paredes.
Cerca de mi cama, en el escritorio, había un vaso con un
trago, no recuerdo cual. Las sabanas estaban todas tiradas por el piso, como
quien huye con mucha prisa. Cuando determine que alguien había estado ahí,
comencé a revisar. El piso estaba lleno de papeles todos hechos un bollo. El
primero lo alcé, lo abrí, pero no podía leer, estaba todo tachado por la misma
tinta escrita. Lo mismo sucedió con otro bollo, y con otro. Sobre el escritorio
estaban, el vaso, la lapicera, un par de flores secas y una cantidad de
papeles, todos escritos y tachados.
Entre todo el alboroto encontré una fotografía. Era de
una hermosa mujer.
Se la veía sentada en un peldaño, sonriendo. Giraba su
cabeza, dejaba caer su largo pelo.
Continué mirando la habitación y era lo mismo. De pronto,
Julieta apareció en una puerta, la que no recuerdo a que parte de la casa daba.
Ella me miraba extrañamente. Estaba desnuda, respirando fuerte. Le pregunté qué
estaba haciendo en mi casa, pero no me contestó.
Le repetí la pregunta, mientras me miraba.
Instintivamente desvió la vista detrás de mí, con los ojos más abiertos. Volteé
rápidamente, y entonces lo vi correr. Salí tras él. Lo corrí por todo el
pasillo.
Teníamos una velocidad parecida; pero eso lo noté más
tarde.
El pasillo se hacía infinito, hasta que salimos afuera.
Corrió un par de cuadras, yo siempre detrás de él.
Hubo un momento en el que lo perdí de vista, y quedé
parado en medio de la calle. Vacilé, y caminé en cualquier dirección.
Y ahí lo vi, arrodillado como alguien luego de recibir
una derrota, como alguien que espera ser ejecutado. Mantenía la vista clavada en
un punto fijo, noté que hacia una casa, donde se encontraba otro hombre con una
mujer. Tardé poco en darme cuenta que yo conocía a esa mujer. Era la de la
fotografía, aunque yo sentía que ya la conocía. Tan hermosa como suponía: sonreía
y se reía, pero no junto al intruso de mi habitación.
Éste, todavía arrodillado, se llevó una mano al rostro,
para limpiarse las lagrimas. Cuando hoyó mis pasos se dio vuelta rápido, se
levantó y siguió corriendo. Lo seguí, pero ahora él corría más despacio. Se llevaba
en ciertos momentos las manos a la cara.
Yo casi me resbalo con un charco que había en la calle,
después de tanta lluvia en las últimas semanas. Pegué un salto con los ojos
medios cerrados, y lo agarré.
Caímos sobre un charco de agua, más grande que los demás,
y por reflejo cerré los ojos.
No lo solté, necesitaba saber quién era, quién es. Abrí los ojos y lo miré fijo.
Ahí me vi, mientras el agua se escurría por mis manos.
lunes, 2 de enero de 2012
La Fé
No era fácil.
Los brazos le pesaban, las piernas se le caían, la cabeza le dolía, la sonrisa
la estresaba, el habla lo asfixiaba. Se tiró en la cama e imaginó… cuando
corría, cuando bailaba, cuando reía, cuando cantaba, cuando su madre le decía
cabeza dura con una sonrisa. Miró al cielo… y le encantó saber que no estaba sola.
El calor
Hay calores,
olores, temores que el sol no siente, y que es imposible de ver en los carteles
que marcan la temperatura. El suyo, es diferente, lo es… es peculiar. Porque
es un calor que quema, que acaricia, que roza y besa, que tiene una lengua, que
tiene dos manos, que cocina, que transpira, que mira, escribe, lee… y ama.
El miedo
Hoy tuvimos
miedo, hoy lloré y ella me consoló.
Hay noticias,
las más hermosas del mundo que por cuestión de tiempo cambian al cien por
ciento. Hoy me sentí un nene, hoy ella me protegió. Me sentí mal, (no quita que
no me sienta mal todavía) y ella intentó tranquilizarme. No pudo, no soy fácil,
aunque así lo hubiera querido, así es. ¿Cómo explicar, cómo darle a entender al
mundo y cómo cambiar una sociedad con su maldita cultura plasmada? Miedo por
ella, por mi, por los demás, por… por… no sabemos. Ezequiel, ¿porqué no
aprendes de ciertas cosas que ya se te presentaron en otra ocasión? Me da que
no saben que a veces no es tan fácil.
Ayer ella me calmaba, porque si, porque hoy yo tengo miedo. Hoy también intentó
calmarme, porque ayer estaba nervioso. Pero hoy no pudo calmarme; a veces ella
también tiene ganas de tener miedo y ser abrazada.
Diario de Viajes: Las cajas
día cuatro
Estaba horrible,
por lo que no salimos de la casa. Sabiendo que íbamos a estar por un tiempo
decidimos bajar las cajas que estaban en el auto y acomodarlas dentro. Baje
todas las cosas directamente y las dejé al lado de la mesa que estaba en la
cocina, justo en el centro del edificio.
Como cuando era
chico, me gustaba revisar cosas viejas o “antigüedades” como le dije a mi madre
una vez, señalando sus suvenires de adolescente, y me mandó a cagar al
instante.
Abrí una caja de
cartón, toda cerrada con cinta adhesiva. Llena hasta al tope, comencé a
ver cada cosa, una por una. Sobre todas, un sobre, (también de papel
cartón) adentro estaban los exámenes que había rendido en Diciembre y
Marzo de la secundaria… Matemáticas, que dolor de muelas.
Y lo que siempre
me gustó continuaba, las fotos y sus escritos en el dorso. Eran todos álbumes,
y al fondo unos manuscritos, pero nada importantes, solo míos. Estaba también
el pañuelito de Boy Scout de los 7 años, el llavero de Toledo que me regaló mi
madrina (que tanto la extraño), monedas antiguas que coleccionaba mi abuelo, mi
primer CD de Joaquín Sabina.
Fotos desde el casamiento de mis viejos, hasta mi recepción del año pasado más o
menos. Sin embargo, estuve con un álbum en la mano más de una hora, y los ojos
me lloraban.
Dos mil nueve.
Dos posibilidades, mil razones para vivir, nueve meses ausente. Fue el viaje
más largo de mi vida.
Vi gente que
sonríe y encuentra la felicidad con respirar aire puro y mirar el paisaje. Es
natural, es hermoso. Hay quienes, como los que hicimos este viaje, pudimos
llorar de felicidad al saber que abríamos los ojos al despertar. Y nada
importaba el estar crucificado en una camilla de hospital. Era encontrar un
chiste y reír hasta llorar, y hasta de la misma desgracia que nos obligaba al
viceversa. Y vivir, o sobrevivir. Nueve meses de viaje, veinticuatro de pastillas.
Cambiamos
sierras por cemento, brisa por caños de escape, algarrobo por publicidad. La
mente con viaje propio, las lagrimas, las venas, dolor y extrañar…extrañar.
Besos, abrazos, calor, libertad. Y las
fotos, que me robaron todos los llantos y suspiros.
Volví, volvimos,
siempre se puede regresar. No todo viaje se disfruta. Pero como se ansía
volver, y como odié esas fotos.
Y ahora acá
estoy, de nuevo con ellas, y las del viaje. Y no sé qué hacer…: Nose si reír, o
llorar, o suspirar, o despertar.
Diario de Viajes: El pasado
Un día.
Hoy las cosas no arrancaron bien. El pasado
volvió con sus fríos besos. Cosas, historias, dudas, mentiras, arrepentimientos,
ganas de lastimar. Diferentes maneras de reaccionar, no lo sé. No la encontré
en la casa, por lo que decidí, repentinamente, irme solo un rato, a tomar un
poco de aire. Dejé una rosa roja en la mesa, ella sabía que volvería. Tomé el
auto y me fui al sur, por la ruta 1. Me metí por una calle de tierra, hasta que
vi un montón de agua a lo lejos y pensé en acercarme. Conocía ese lugar, hacía
varios meses que había ido con ella.
Ya había bajado el sol, y había refrescado.
Por supuesto, no había contado con el frío y la piel se empezó a erizar. Dejé
el Gol cerca de unos árboles, y
empecé a caminar… ¿Puede el pasado volver a estropearlo todo, siempre que
quiera? ¿Puedo y podemos seguir dándole cabida? ¿Por qué el entorno se preocupa
tanto por la vida privada de los demás? Era una cagada, las coincidencias,
casualidades y la suerte que muy de suerte está conmigo. ¿Qué era lo
importante? Estar enamorado no es tanto, no si se lo compara con amar. Y me
siento identificado con las dos.
Instantáneamente me vino el recuerdo de su
risa, y la extrañe mucho. Comprendí que estaba siendo un idiota, y un cagón al
irme así. Continué caminando, por el largo dique. Se encendieron las luces de
un puestito que estaba cerca, por lo que se alumbró bastante el sector. Y la
vi. Cabizbaja, caminando por la orilla. Nos habíamos escapado al mismo lugar.
Sabía que era ella, su perfume se sentía a kilómetros
de distancia. Fui corriendo, hasta estar más cerca. Cuando frené, y me vio. Nos
quedamos a corta distancia, observándonos. Cuando puse un pie para avanzar, y
ella corrió hacia mí. Nos abrazamos un largo rato y caminamos un rato más sin
hablar. Entonces me paró, me tomó por la cara y me dio un beso. El frío se
sentía cada vez más, y su piel continuaba tibia, salvo sus manos. La llevé al
auto, y en la parte trasera. Nos abrigamos con los brazos, sellamos unos besos.
De espaldas a la ventanilla y con su cabeza en
mi pecho nos dormimos. Me juré para adentro (porque para ella es mendigar
confianza) salvar esta pareja que se ama… y si cae otra vez el pasado, sacarlo
a patadas y no darle el gusto.
Diario de Viajes: Inundados
Día dos.
Me encontré yo esta vez sobre ella, mientras lloraba. Las lagrimas y las risas brotaban de su cuerpo, producto de unos minutos de cosquillas. Caímos rendidos. Entonces se levantó de la cama y fue hacia el ventanal. Lo abrió de par en par, dejando entrar el sol, y pudiendo así, ver como corría el agua en el arroyo. Fue cuando me dijo que había soñado con estar sobre el agua. Desde la cama pude darle una sonrisa, y la llamé con el dedo índice para que vuelva conmigo. Le vendé los ojos y le dije que me espere un minuto. Contando con que no me iba a hacer caso, esperé que venga a buscarme… Cuando lo hizo, yo estaba afuera en un bote, y remé hasta ella para que suba. Quedó impactada, y a gritos me dijo que la ciudad estaba inundada. Reí.
Más calmada, y comprendiendo lo que sucedía y en donde estábamos, sacó la cámara que siempre trajo consigo y comenzó a coleccionar un recuerdo de los tres: Ella, yo, Venecia.
Remamos y remamos, vimos el sol caer… como en un sueño.
Pasamos por todos los baches, hasta que anocheció, y la ciudad despertó. Un
hombre que cantaba en su puesto de trabajo, se quedó mirándome y me preguntó si
podría retratarnos. Su sonrisa me convenció, no pude decirle que no. Quedamos para siempre entonces, pintados en
un tejido, en la noche, con la luna, con el agua, en el bote… como en un sueño.Diario de Viajes: La casa.
Día uno.
Decidido a escapar, capturé a Valentina cuando salía de la
escuela. Tan loca como yo decidió subirse al auto y me dijo que sí. Puse
primera y encare para la ruta. Luego de varias horas de viaje llegamos a casa.
Una casa que nosotros habíamos edificado, en un terreno abandonado.
El día se tornaba fantástico, entre el sol y la risa de
Valentina, mi felicidad llegaba a su punto mágico… y máximo. Llegado el mediodía,
comenzó a llover, fue la razón que salimos del jardín corriendo y nos
refugiamos bajo una chapa que había en el fondo de casa. Nos recostamos en el
piso y nos miramos un largo rato, hasta que la lluvia nos durmió.
-Que fabuloso verla dormitar al lado mío,
tan hermosa… tan dormida.
Terminal
Me quedé parado viendo como se iba. Estaba agitado, lo primero que hice fue sonreír, y mirar la hora. Solo me había pasado un minuto de la hora, de las ocho y veinte.
No pasó como otras veces, donde lo llegaba a correr dos o tres cuadras, y lo alcanzaba. Ésta vez, ni la corrida (en la cual se me cayeron un par de papeles) sirvió.
Sentí sed, y entré nuevamente –perdón, no había entrado todavía- a la terminal, para comprarme algo para tomar.
Fui hacia la boletería, a preguntar cuál era el próximo colectivo hacia el sur.
-Ay! Se acaba de…
-Sí, lo sé. Lo acabo de ver.
-A las diez y cuarto. -me respondió con una sonrisa lamentándose.
Volví a kiosco, a comprarme un alfajor. Me compre el más barato, si no, no me quedaría dinero para el boleto.
Me senté a esperar, o simplemente me quedé adentro porque no tenía ganas de tomar frio.
Al lado mío, estaba sentada una señora, llevaba un sombrero, aunque era de noche. Pude notar que lo único que hacía era mirar cada 5 segundos el reloj de muñeca, aferrándose a su bolso.
Doble la vista, vi llegar a una mujer, era rubia. Aparentaba tener unos cuarenta años y pico. Traía tacos negros, y un tapado de piel, tipo tigre, al igual que sus calzas. Llegó con la frente en alto, hablando por celular. Recordé unas palabras de Joaquín, Joaquinsito Sabina. Palabras que dijo ahí en el esplendido Luna Park: “Yo pensaba entonces, que las personas, a partir de los cuarenta años, no tenían vergüenza. Ahora que tengo sesenta y dos no solo lo pienso, sino que lo sé.”
Unos minutos más tarde, llegaron dos jóvenes, cargados de bolsos. Traían encima veinticinco años cada uno, aproximadamente. Se acomodaron al costado de una escalera, que encaraba al segundo piso. Dejaron las cosas en el piso y se sentaron en un peldaño. Se miraron y un instante luego, se besaron. Larga e intensamente, sin que el resto lo note.
Cambié la vista, y justo me crucé con la señorita de la boletería que me miró y sonrió, mientras que yo sacaba algún papel de mi mochila.
Y yo que siempre pensé que la estación era un lugar de soledad. Escribí en tinta azul.
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