Entraba, eran ya eso de las nueve de la noche, hacía un
rato que había vuelto de la ciudad. Me llamó la atención el ver la puerta
cerrada de la habitación, así que entré despacio…
Algo había cambiado, algo se tornaba raro. La habitación,
estaba suavemente iluminada por una lámpara, ésta le daba un tono de
amarillento a rojizo a todas las paredes.
Cerca de mi cama, en el escritorio, había un vaso con un
trago, no recuerdo cual. Las sabanas estaban todas tiradas por el piso, como
quien huye con mucha prisa. Cuando determine que alguien había estado ahí,
comencé a revisar. El piso estaba lleno de papeles todos hechos un bollo. El
primero lo alcé, lo abrí, pero no podía leer, estaba todo tachado por la misma
tinta escrita. Lo mismo sucedió con otro bollo, y con otro. Sobre el escritorio
estaban, el vaso, la lapicera, un par de flores secas y una cantidad de
papeles, todos escritos y tachados.
Entre todo el alboroto encontré una fotografía. Era de
una hermosa mujer.
Se la veía sentada en un peldaño, sonriendo. Giraba su
cabeza, dejaba caer su largo pelo.
Continué mirando la habitación y era lo mismo. De pronto,
Julieta apareció en una puerta, la que no recuerdo a que parte de la casa daba.
Ella me miraba extrañamente. Estaba desnuda, respirando fuerte. Le pregunté qué
estaba haciendo en mi casa, pero no me contestó.
Le repetí la pregunta, mientras me miraba.
Instintivamente desvió la vista detrás de mí, con los ojos más abiertos. Volteé
rápidamente, y entonces lo vi correr. Salí tras él. Lo corrí por todo el
pasillo.
Teníamos una velocidad parecida; pero eso lo noté más
tarde.
El pasillo se hacía infinito, hasta que salimos afuera.
Corrió un par de cuadras, yo siempre detrás de él.
Hubo un momento en el que lo perdí de vista, y quedé
parado en medio de la calle. Vacilé, y caminé en cualquier dirección.
Y ahí lo vi, arrodillado como alguien luego de recibir
una derrota, como alguien que espera ser ejecutado. Mantenía la vista clavada en
un punto fijo, noté que hacia una casa, donde se encontraba otro hombre con una
mujer. Tardé poco en darme cuenta que yo conocía a esa mujer. Era la de la
fotografía, aunque yo sentía que ya la conocía. Tan hermosa como suponía: sonreía
y se reía, pero no junto al intruso de mi habitación.
Éste, todavía arrodillado, se llevó una mano al rostro,
para limpiarse las lagrimas. Cuando hoyó mis pasos se dio vuelta rápido, se
levantó y siguió corriendo. Lo seguí, pero ahora él corría más despacio. Se llevaba
en ciertos momentos las manos a la cara.
Yo casi me resbalo con un charco que había en la calle,
después de tanta lluvia en las últimas semanas. Pegué un salto con los ojos
medios cerrados, y lo agarré.
Caímos sobre un charco de agua, más grande que los demás,
y por reflejo cerré los ojos.
No lo solté, necesitaba saber quién era, quién es. Abrí los ojos y lo miré fijo.
Ahí me vi, mientras el agua se escurría por mis manos.