jueves, 29 de marzo de 2012

El libro



Fue en Abril, hacía poco que había comenzado el otoño. Victoria, mi mujer, había encontrado en la biblioteca de la zona un libro de peculiares características. Este era de tapa dura, todo negro, y sin ningún titulo. En el lomo contaba con una serie de símbolos que se repetían constantemente, sin embargo no parecían de ningún lenguaje conocido.
Victoria me comentó algunas veces cosas respecto al libro, pero no la escuché. Siempre tuve algo mejor para hacer, siempre fui demasiado egoísta con ella. Sabía bien yo, que todas las tardes y noches Victoria se encerraba  en un cuarto de la casa con el libro y no salía por horas, pero como yo no estaba en la casa durante todo el día decidí no preguntarle ni decirle nada al respecto y, de esta manera, dejar que este libro compense de alguna forma mi ausencia.
Ya habían pasado aproximadamente dos meses y Victoria seguía con el libro, no sonreía, no jugaba conmigo como antes, ya no me hablaba. A mí cuando comenzaba a darme cuenta de mis errores me citaron para que viaje a España por temas de la herencia familiar. Victoria había decidido quedarse, y yo recién comenzaba a darme cuenta de su obsesión para con el libro.
Me fui de viaje durante dos semanas, y el invierno y la ausencia de Victoria provocaron en mí una fuerte sensación. Recordé cuanto la amaba y extrañaba. Volví decidido a cambiar las cosas, volver a casa y volver a hacerla feliz. Como se merece.
En el viaje de vuelta estaba nervioso, ansioso, hacía muchísimo tiempo que no sentía en el pecho esa sensación de querer besarla y abrazarla como la primera vez que lo hicimos. El carro me dejó en la puerta de nuestra casa. Subí las escaleras corriendo para no mojarme con la lluvia y me refugié en la puerta principal hasta poder poner bien la llave. Supuse que Victoria estaría en su pieza, ya que no esperaba mi llegada tan tempranamente. Corrí todos y cada uno de los peldaños hasta la cima, ansioso por verla otra vez. Y al llegar al primer piso lo vi. El libro yacía en el piso, cerrado como siempre lo había visto. Lo tomé con mis manos sin demasiado interés, pero con curiosidad, como queriendo ignorarlo. Pero las manos me temblaron, y la temperatura de los dedos y la palma descendieron de manera bruta.
La llamé. No contestó. -Debe estar dormida-. Pensé. La puerta de nuestra habitación estaba entreabierta y largó un chillido muy agudo cuando la abrí por completo. Desde el piso, como un intruso, comencé a elevar la vista hasta poder verla, rozando con sus pies diminutos las patas de la silla que estaba tirada en el suelo. Desnuda, con las marcas y símbolos que yo había visto una vez, ahora escritos en toda su piel, hasta el cuello, lucía en lugar del collar que yo le había obsequiado en nuestro aniversario, una soga blanca atada al cuello. Caí rendido al piso, y el libro apareció debajo de mis piernas.
Loco y desesperado tomé el libro con mis manos y corrí hasta el terreno del fondo. Con las manos escarbé en el barro unos metros y lo tiré. Llorando y todo mojado por la lluvia me quede enterrándolo. Esa tarde de 1895 sin volver a subir a la habitación dejé la ciudad para siempre.
Corrieron los años, corrió mi vida, viudo, libro, Victoria, libro, soga, libro, símbolos, mi amor perdóname. Hoy frente al espejo me convencí de que si quería volver a vivir en paz debería darle una respuesta y un final  al terrible y perturbador recuerdo. Tomé el primer tren de vuelta a casa, sin saber con qué me iba a encontrar. El llegar encontré todo reducido a escombros. Era obvio el hecho de que la casa haya sido demolida, ya que al ver lo ocurrido con Victoria hayan creído que fue algún tipo de brujería o crimen sin resolver. El patio del fondo seguía intacto y luego de caminar por encima de la tierra y los escombros me tiré al piso a cavar otra vez en busca del libro. Necesitaba saber que contenía entre sus páginas. El cielo se nubló y comenzó a llover, como ese día de 1895. Lleno de barro en el cuerpo lo encontré, y al tomarlo, las manos volvieron a temblarme y a perder temperatura. Cerré los ojos un segundo. Y al abrirlos, abrí también el libro, y quedé atónito, pues recorrí con la vista cada página, de la primera a la última, todas en blanco.

viernes, 16 de marzo de 2012

Remedios envenenados


El pájaro canta hasta... siempre.

 Ya no sé cómo decir lo que se siente,
Estar acá bien lejos donde nadie entiende,
Que no se puede ir a donde uno quiere,
Ni estar con los amigos que te bancan siempre.

Hay que loco es todo esto,
Quererme ir y sentirme un preso.

Y a vos, querida te cuento como es esto,
Querer huir de todo hasta  de tus sueños,
Que lastima, mi vida, eso es una pena,
Porque sueños se le dice a lo que el alma revela.

Y ahora ¿Por qué, te pones así?
Solo quise decirte lo que pienso de ti
¿Por qué lloras por una pavada?
Te gustaría ser más pero crees ser nada.

A veces pienso, ¿En qué me metí?
Tengo muchos problemas, además de ti
El árbol de mi vida se cae a pedazos,
Plantare una semilla para reintentarlo.

Pero sobre vos,
Tratare de olvidar,
Cada palabra, que nos dijimos,
Fuiste esa princesa, escapada del cuento
Y me convertí en ese sapo, que llevo bien dentro.

Ahora este sapo,
Brinca hasta su estación
Quiere tomar aquel bondi, que lo lleve donde creció
Y continuar la historia
Que alguna vez empezó.

Algunas noches ese grillo no le canta a la luna,
Viene a aconsejarme que lo que viene es mejor
Que esperan mis amigos aquella sapada
Que no me tire ahora, debajo de ese camión.

Hay que loco es todo esto,
Quererse ir y sentirse un preso,
Sentir entre las venas remedios envenenados,
Querer terminar esto, o ni siquiera haberlo empezado.  





Aveces caen los recuerdos de un pasado que no fue mejor, que enseño, lastimó. Pero no da permiso de olvidar. Como una cicatriz.