Fue en Abril, hacía poco que había comenzado el otoño. Victoria, mi
mujer, había encontrado en la biblioteca de la zona un libro de peculiares
características. Este era de tapa dura, todo negro, y sin ningún titulo. En el
lomo contaba con una serie de símbolos que se repetían constantemente, sin
embargo no parecían de ningún lenguaje conocido.
Victoria me comentó algunas veces cosas respecto al libro, pero no la
escuché. Siempre tuve algo mejor para hacer, siempre fui demasiado egoísta con
ella. Sabía bien yo, que todas las tardes y noches Victoria se encerraba en un cuarto de la casa con el libro y no
salía por horas, pero como yo no estaba en la casa durante todo el día decidí
no preguntarle ni decirle nada al respecto y, de esta manera, dejar que este
libro compense de alguna forma mi ausencia.
Ya habían pasado aproximadamente dos meses y Victoria seguía con el
libro, no sonreía, no jugaba conmigo como antes, ya no me hablaba. A mí cuando
comenzaba a darme cuenta de mis errores me citaron para que viaje a España por
temas de la herencia familiar. Victoria había decidido quedarse, y yo recién
comenzaba a darme cuenta de su obsesión para con el libro.
Me fui de viaje durante dos semanas, y el invierno y la ausencia de
Victoria provocaron en mí una fuerte sensación. Recordé cuanto la amaba y
extrañaba. Volví decidido a cambiar las cosas, volver a casa y volver a hacerla
feliz. Como se merece.
En el viaje de vuelta estaba nervioso, ansioso, hacía muchísimo tiempo
que no sentía en el pecho esa sensación de querer besarla y abrazarla como la
primera vez que lo hicimos. El carro me dejó en la puerta de nuestra casa. Subí
las escaleras corriendo para no mojarme con la lluvia y me refugié en la puerta
principal hasta poder poner bien la llave. Supuse que Victoria estaría en su
pieza, ya que no esperaba mi llegada tan tempranamente. Corrí todos y cada uno
de los peldaños hasta la cima, ansioso por verla otra vez. Y al llegar al
primer piso lo vi. El libro yacía en el piso, cerrado como siempre lo había
visto. Lo tomé con mis manos sin demasiado interés, pero con curiosidad, como
queriendo ignorarlo. Pero las manos me temblaron, y la temperatura de los dedos
y la palma descendieron de manera bruta.
La llamé. No contestó. -Debe estar dormida-. Pensé. La puerta de
nuestra habitación estaba entreabierta y largó un chillido muy agudo cuando la
abrí por completo. Desde el piso, como un intruso, comencé a elevar la vista
hasta poder verla, rozando con sus pies diminutos las patas de la silla que
estaba tirada en el suelo. Desnuda, con las marcas y símbolos que yo había
visto una vez, ahora escritos en toda su piel, hasta el cuello, lucía en lugar
del collar que yo le había obsequiado en nuestro aniversario, una soga blanca
atada al cuello. Caí rendido al piso, y el libro apareció debajo de mis
piernas.
Loco y desesperado tomé el libro con mis manos y corrí hasta el terreno
del fondo. Con las manos escarbé en el barro unos metros y lo tiré. Llorando y
todo mojado por la lluvia me quede enterrándolo. Esa tarde de 1895 sin volver a
subir a la habitación dejé la ciudad para siempre.
Corrieron los años, corrió mi vida, viudo, libro, Victoria, libro, soga,
libro, símbolos, mi amor perdóname. Hoy frente al espejo me convencí de que si
quería volver a vivir en paz debería darle una respuesta y un final al terrible y perturbador recuerdo. Tomé el
primer tren de vuelta a casa, sin saber con qué me iba a encontrar. El llegar
encontré todo reducido a escombros. Era obvio el hecho de que la casa haya sido
demolida, ya que al ver lo ocurrido con Victoria hayan creído que fue algún
tipo de brujería o crimen sin resolver. El patio del fondo seguía intacto y
luego de caminar por encima de la tierra y los escombros me tiré al piso a
cavar otra vez en busca del libro. Necesitaba saber que contenía entre sus
páginas. El cielo se nubló y comenzó a llover, como ese día de 1895. Lleno de
barro en el cuerpo lo encontré, y al tomarlo, las manos volvieron a temblarme y
a perder temperatura. Cerré los ojos un segundo. Y al abrirlos, abrí también el
libro, y quedé atónito, pues recorrí con la vista cada página, de la primera a
la última, todas en blanco.