viernes, 28 de octubre de 2011

Renault (borrador)



Cuando se hizo tarde, les dije a ustedes que los esperaba afuera. Me puse a calentar el auto y ella apareció. Me pidió fuego, hablamos un rato y le ofrecí subir al coche porque hacía un poco de frío. Hablamos un rato largo, le conté de ustedes, pero como no aparecían, se me acercó un poco, puso su mano en mi pierna y lentamente me besó en el cuello, porque le corrí la cara. Me besaba intensamente, paseando su mano por toda mi pierna, hasta llegar al botón de la bragueta. Lentamente lo fue desabrochando, y lo dejó suelto. Su mano ahora estaba un poco debajo de mi pecho, levantándome la camisa… yo ya no hacía nada. Entonces empezó a besarme en el pecho, luego de quitarme la prenda por completo. Sus manos rasguñaban los costados de mi pansa, mientras podía sentir su lengua deslizarse por mi pecho, el abdomen, hasta regresar al botón de la bragueta. Con los dientes fue bajando el cierre, hasta sentir con la pera la erección.

Yo no lo resistía, y hacía presión con la espalda en el respaldo del asiento, estirando las piernas. Y al encontrar la diagonal, ella encontró el momento, para bajar un poco más el jean. Me acarició con su mano derecha por encima del bóxer, y luego cambio su mano por su boca. Solo caricias, el bóxer nunca se desprendió de mí. Entonces se levantó del asiento y se sentó arriba mío, mirándome a los ojos. Nunca unos ojos me habían penetrado así. Puse mis manos sobre su cadera, como para tomarla y sacármela de encima. Pero no lo hice. Ella puso sus manos sobre las mías, y las deslizó por un segundo, hasta cambiarlas de lado (su mano derecha en mi izquierda y su izquierda en mi derecha) así, arrugó sus puños, tomando los extremos de su remera, y lentamente se la fue levantando, hasta que la tiró sobre el asiento de al lado.

Me sorprendí, tenía unos senos perfectos para mis manos, aun sin tocarla. Me tomó otra vez de las manos, llevándolas hasta su espalda… obligándome a desabrocharle el corpiño y quitárselo. Y recién ahí, al verla semidesnuda, lo pensé: Era hermosa. Volvió otra vez a agarrarme a los costados del pecho y me besó al oído: sentí su lengua, su respiración con profundidad. La humedad del contacto, sus pechos en mi pecho. Sentí éxtasis. La tome por el pelo y le besé lentamente el cuello. Y a mi mano le correspondió por debajo de su falda… ella no se hizo problema. Me susurró algo al oído, pero no le entendí. Sin embargo, mis manos terminaron el trabajo que ella había comenzado y terminaron de bajar el jean, y todo. Se levanto entonces, y le dio invitación a nuestros sexos. Sentimos los pelos, el calor, la transpiración burlando el invierno que arrasaba afuera. Ella subía y bajaba, feliz como la primera vez de una niña en un sube y baja: con miedo, pero viviendo una adrenalina desconocida. Mi boca terminó deslizándose por sus senos, mi lengua coincidió con sus pezones. Fueron los momentos más increíbles de mi vida. Ella continuaba subiendo y subiendo, brincando, balanceándose, tocando su mejor música. Se recostó sobre el volante, y los dos le dimos fin a esa fabulosa drogadicción de sexo. Suspiramos los dos, y la bese, la bese y la bese, por todo el cuerpo recostado en el volante del Renault.

Luego de un rato escuche las voces de ustedes que se acercaban. Ella recogió su remera, se la puso, guardó su sostén en la cartera y abrió la puerta del auto.

Todavía arriba mío, me miró una vez más. Sonrió, me volvió a besar en el cuello y se bajó.

-¿Cómo te llamas? –Fue lo único que se me ocurrió preguntarle.

-No contestó. Me cerró la puerta en la cara despacio. Y se fue bajo el rocío.

viernes, 7 de octubre de 2011

Buenas noches Buenos Aires

-Mi abuela siempre me había hablado peste de ella, y Sabina moría de amor al verla. Poetas que no se resistieron nunca a escribirle, ni los pintores, ni fotógrafos. Nadie en la tierra no podía no soñarla alguna vez.

Sus luces, decorativas, rojo, amarillo, verde, azul y estallidos en blanco para discutir un rato con este obscurecido cielo.

Los ruidos, eternos, una indispensable característica. Gatos negros, felinos con botas en cada esquina, esperando tocar el cielo, y así, contar los billetes de su alquiler.

Un pibe corre, una dama llora. Dos jóvenes gastando besos, y un abuelo mendigando sueños, o algún peso para cenar.

Chicos malabareando pelotitas de suerte y muerte, debajo de un semáforo que vuelve su destino, sin opción o alternativa.

Y los coches, derecho a colapsar una locura innecesaria y pronunciada, la locura de ésta ciudad. Ciudad histórica… ¡Oíd mortales! ¡Despertad! Salvar el bolsillo y no tratar de escapar.

Y el bar de la esquina, donde aún Gardel vive por una cabeza, por las penas, hermosas. Inspiradoras y aspiradoras razones de soñar, llenas de vida, y llenas de magia. El agudo sonido de los silbatos, bocinas, historias de amor y de tango.

Entonces decido pasear un rato, y en un subte una armónica hace estallar mi corazón, al momento en que un nene deja una estampilla en mi pierna y un empresario grita sin compasión por un teléfono intrascendente.

Buenos Aires, tus dos caras que no quieren cambiar: Los chicos pidiendo comida, ansiando un poco de calor…puentes como hoteles, siempre tan llenos… siempre tan llenos. Llenos de muerte y de vida, de recuerdos, de quienes no están, de quienes los recuerdan y sueñan que algún día volverán con una sonrisa en lugar de pena, dejando morir o descansar en paz un corazón asesinado en las islas.

Tu incertidumbre, tu ignorancia, tu valentía y hipocresía marcando la historia. Escenario, campo de batalla. Buenos aires, que locura verte caminar y tropezar cada tanto… y tanto.

Nunca abandonó su magia. Sus calles, la 9 de Julio, el teatro. Fabuloso espectáculo. Florida, hormiguero eterno. Y los chicos, los besos, historias y balas, olvidos y esperanzas, volver a nacer y Nunca Más, blues y angustias, graffitis y palomas. Tormentas, huracanes, milonga. Un tiempo sin tiempo. Historias de amor, historias de guerra.

Mi Buenos Aires querido… (pobre de mi abuela).