domingo, 3 de abril de 2011

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Entré, eran ya eso de las nueve de la noche, hacía un rato que había vuelto de la ciudad. Me llamó la atención el ver la puerta cerrada de la habitación, así que abrí la puerta despacio…

Algo había cambiado, algo se tornaba raro. La habitación, estaba suavemente iluminada por una lámpara, ésta le daba un tono rojizo a todas las paredes.


Cerca de mi cama, en el escritorio, había un vaso con un trago, no recuerdo cual. Las sabanas estaban todas tiradas por el piso, como quien huye con mucha prisa. Cuando determine que alguien había estado ahí, comencé a revisar. El piso estaba lleno de papeles todos hechos un bollo. El primero lo alcé, lo abrí, aunque no lograba leerlo, estaba todo tachado por la misma tinta escrita. Lo mismo sucedió con otro bollo, y con otro. Sobre el escritorio estaban, el vaso, la lapicera, un par de flores secas y cantidad de papeles, todos escritos y tachados.

Entre todo el alboroto encontré una fotografía. En ella una hermosa mujer.

Se la veía sentada en la vereda, sonriendo. Giraba su cabeza, dejaba caer su largo pelo.


Continué mirando la habitación y era lo mismo. De pronto, Julieta apareció en una puerta, la que no recuerdo a que parte de la casa daba. Ella me miraba extrañamente. Estaba desnuda, respirando fuerte. Le pregunté qué estaba haciendo en mi casa, pero no me contestó.

Se lo volví a repetir, mientras me miraba. Instintivamente desvió su mirada por detrás de mí, con los ojos más abiertos. Volteé rápidamente, y entonces lo vi correr. Salí tras él. Lo corrí por todo el pasillo.

Teníamos una velocidad parecida; pero eso lo noté más tarde.

El pasillo se hacía infinito, hasta que salimos afuera. Corrió un par de cuadras, yo siempre detrás de él.

Hubo un momento en el que lo perdí de vista, y me quedé parado en medio de la calle. Vacilé, y caminé en cualquier dirección.


Y ahí lo vi, arrodillado como alguien luego de recibir una derrota, como alguien que espera ser ejecutado. Estaba debil, mantenía la vista clavada en un punto fijo. Noté que era hacia una casa, donde se encontraba otro hombre con una mujer en la puerta. Tardé poco en darme cuenta que yo ya la conocía. Era la de la fotografía, tan hermosa como suponía: sonreía y se reía, pero no junto al intruso de mi habitación.


Éste, todavía arrodillado, se llevó una mano al rostro, para limpiarse las lagrimas. Me invadieron ganas de ir a consolarlo, aún sin conocerlo. Cuando hoyó mis pasos volteó rapidamente, se levantó y siguió corriendo. Lo seguí, pero ahora él corría ahora más despacio. Se llevaba en ciertos momentos las manos a la cara.

En la persecución, yo casi me resbalo con un charco que había en la calle, después de tanta lluvia que hubo en las últimas semanas. Pegué un salto con los ojos medios cerrados, y lo agarré.

Caímos sobre un charco de agua, más grande que los demás, y por reflejo cerré completamente los ojos sin dejar de agarrarlo.

No lo solté, necesitaba saber quién era, quién es. Abrí los ojos y lo miré fijo.

Yo seguía agarrando el agua.